KI-TISÁ 5770
Shemot - Éxodo 30:11-34:35
6 de marzo, 2010 – 20 de Adar, 5770
Rabino Rami Pavolotzky
Congregación B´nei Israel, Costa Rica
Aprendiendo a contar de otra manera
Parashat Ki-Tisá comienza con la orden divina a Moshé de censar al pueblo de Israel. La forma instituida para contar es curiosa: cada hombre mayor a veinte años debía ofrecer medio shekel. Así, para saber el número total de censados, al finalizar la colecta de dinero había que multiplicar el número total de shekalim por dos.
El dinero donado se habría de utilizar para la manutención de los servicios del Templo, según explican los sabios. De hecho, cada año antes del comienzo del mes de Adar, leemos este párrafo durante el maftir de un Shabat especial llamado Shekalim, ya que en esa época del año se recolectaba el dinero para sufragar los gastos de los sacrificios. Además, muchas sinagogas hasta hoy en día, acostumbran dedicar un momento antes de Purim para que todos puedan dar su equivalente al medio shekel.
El motivo original por el cual la Torá ordena dar medio shekel a cada censado aparece en el siguiente versículo: “… habrá de ofrecer cada hombre el rescate de su alma ante Adonai al censarlos, para que no haya en ellos mortandad, al censarlos” (Shemot 30:12). ¿Qué significa esto? Lo que parece entenderse es que cuando uno es censado, su vida corre peligro, por lo que debe ofrecer un “rescate monetario” para no perecer. Rashi explica que cuando se cuenta a una persona, ésta queda dominada por el ain hará, el mal de ojo.
En la antigüedad había una creencia difundida de que el contar a una persona lo ponía en peligro. La Biblia Hebrea presenta otros relatos en los cuales esta creencia popular, aparentemente muy difundida y arraigada, se ve materializada. El ejemplo paradigmático es el del Rey David, quien al censar al pueblo por su propia voluntad provoca la ira divina y la consiguiente peste mortal (II Samuel 24, un texto muy polémico, por cierto). La tradición judía guarda hasta nuestros días rastros de esta extraña creencia: por ejemplo, cuando se cuenta a los adultos presentes en la sinagoga para corroborar si hay minián, se suele hacerlo pronunciando las palabras de un versículo que contiene diez palabras, prescindiendo así de la necesidad de contar utilizando números.
Para la mayoría de nosotros resulta difícil creer que alguien puede verse afectado porque lo cuenten, mas sin embargo creo que podemos aprender valiosas enseñanzas de esta manera de censar. En primer lugar, quizás la Torá nos esté advirtiendo del peligro de la despersonalización. En las mega-sociedades en la que vivimos, somos un número más en las estadísticas y registros estatales. Toda nuestra compleja humanidad suele verse reducida a unos cuantos datos numéricos, con las evidentes consecuencias negativas que esta visión del ser humano acarrea.
Por otra parte, existe también en nuestras sociedades ultra-competitivas una tendencia a valorar la cantidad por sobre la calidad. Ya no nos preguntamos cómo ni de qué manera, sino que nos interesamos casi exclusivamente por cuánto y cuándo.
Estas dos características deberían ser un llamado de atención para el desarrollo de nuestras congregaciones: trabajamos con personas de carne y hueso, con sueños y frustraciones, habilidades y miserias. Jamás un miembro de nuestras comunidades debería ser tratado como un mero dato estadístico. Además, si bien los números son importantes, no hay que perder de vista la calidad de lo que la comunidad ofrece. Una clase profunda e inspiradora para cinco personas puede ser mucho más beneficiosa a nivel comunitario que una charla liviana para veinte personas. Nunca debiéramos medir el éxito de nuestras actividades basándonos exclusivamente en la cantidad de participantes.
La próxima vez que cuenten el número de participantes en una actividad comunitaria, o que piensen en los números de sus comunidades, los invito a recordar esta lección que podemos aprender de Parashat Ki-Tisá: quizás debamos aprender a contar de otro modo.
Shabat Shalom,
Rabino Rami Pavolotzky
KI TISSA 5770
Shemot - Exodus 30:11-34:35
March 6, 2010 – 20 Adar 5770
Rabbi Rami Pavolotzky
B’nei Israel Congregation, Costa Rica
Learning to Count in a Different Way
Parashat Ki Tissa begins with the divine command to Moses to do a census of the people of Israel. The manner used is somewhat strange: each man older than 20 years had to offer half a shekel. Thus, in order to know the total number of people, the total number of shekalim had to be multiplied by 2 once the money collection ended.
According to the sages, the money contributed was to be used for the maintenance of the Temple services. In fact, every year before the month of Adar, we read this paragraph during the maftir of a special Shabbat called Shekalim, since the money to pay for the sacrifices was collected during that season. Furthermore, even today, many synagogues devote a moment before Purim, so that people may contribute their half shekel equivalent.
The reason the Torah orders each counted person to give half a shekel appears in the following verse: “When thou takest the sum of the children of Israel, according to their number, then shall they give every man a ransom for his soul unto the Lord, when thou numberest them; that there be no plague among them, when thou numberest them” (Shemot 30:12). What does this mean? What it seems to mean is that, when people are counted, their life is endangered, and therefore, a “monetary price” must be offered so that they don’t perish. Rashi explains that when people are numbered, they fall under the ayin ha’ra, the evil eye.
In ancient times, the common belief was that by counting a person, he or she was placed at risk. The Hebrew Bible presents other stories where this seemingly widespread and deeply-rooted popular belief, materializes. The paradigmatic example is that of King David, who caused the Lord’s wrath and subsequent mortal plague by ordering, on his own free will, the census of his people (II Samuel 24, an extremely polemic text, by the way). To this day, the Jewish tradition retains traces of that strange belief: for instance, when adults are counted in the synagogue in order to see if there is a minyan present, they are usually counted by means of saying the words of a ten-word-verse, avoiding thus the use of numbers.
Most of us find it difficult to believe that someone may be affected by being counted; nevertheless, I think that we can draw valuable lessons from this way of censing. On the one hand, perhaps the Torah is warning us against the danger of depersonalization. In the mega-societies in which we live, we are just one more number in the statistics and government records. Our entire and complex humanity is usually reduced to just numerical data, with the obvious negative consequences caused by this vision of human beings.
On the other hand, in the ultra-competitive societies in which we live, there is a tendency to value quantity over quality. We no longer question the how and what, but rather and most exclusively, the how much and when.
These two features should serve as a warning call for the development of our congregations: we work with people made of flesh and blood, who have dreams and frustrations, skills and miseries. Community members should never be treated as just a statistical value. Moreover, although numbers are important, we should never lose sight of the quality offered by the community. An in-depth and inspiring lesson for five students may be a lot more beneficial, at community level, than a light discussion for twenty. We should never judge the success of our activities based exclusively on the number of participants.
Next time you count the number of participants at a community event, or think about the numbers in your community, I urge you to recall this lesson from Parashat Ki Tissa: perhaps we should learn to count differently.
Shabbat Shalom,
Rabbi Rami Pavolotzky
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